El castrismo convirtió la medicina en su joya propagandística.
Durante más de medio siglo, ha presumido de tener uno de los mejores sistemas de salud del mundo, exportando médicos y trofeos diplomáticos para sostener su narrativa.
Pero esa supuesta “potencia médica” se derrumba cuando se mira desde adentro.
Hospitales en ruinas, escasez de medicinas, equipos obsoletos y personal agotado.
La realidad es otra: Cuba no es una potencia médica, sino una fábrica de propaganda.
De la revolución sanitaria al negocio del régimen
Tras 1959, el gobierno nacionalizó el sistema de salud y lo presentó como un “logro de la revolución”.
En un inicio, los indicadores parecían mejorar: aumentaron los médicos y las campañas de vacunación.
Sin embargo, con el paso de los años, la salud pública se transformó en un instrumento político y económico.
Los médicos fueron enviados a misiones en el extranjero bajo la bandera del internacionalismo, pero con fines muy distintos:
- Generar divisas para el Estado.
- Exportar la imagen de un país solidario.
- Comprar apoyos diplomáticos en organismos internacionales.
Hoy, las “misiones médicas” son la principal fuente de ingresos de Cuba, superando al turismo.
Detrás de cada bata blanca enviada al exterior, hay un trabajador sin derechos, bajo vigilancia y lejos de su familia.
Los médicos como mercancía política
Más de 400.000 profesionales cubanos han sido enviados a misiones en más de 160 países.
El régimen se queda con entre el 70% y el 90% de sus salarios, una práctica que organismos internacionales califican como trabajo forzoso.
Los médicos no pueden llevar a sus familiares, están sometidos a vigilancia constante y si desertan, se les prohíbe regresar a Cuba durante ocho años.
Son rehenes diplomáticos del castrismo, usados para mantener relaciones políticas y obtener dinero.
El gobierno los llama “héroes”, pero en realidad son obreros de la propaganda.
Hospitales para el pueblo, hospitales para el turismo
Mientras el régimen se ufana de su sistema gratuito, la realidad cotidiana es desgarradora.
Los hospitales públicos están colapsados: faltan jeringuillas, antibióticos, anestesia y hasta sábanas.
Los pacientes deben llevar desde el jabón hasta la comida.
En cambio, existen clínicas exclusivas —como el CIMEQ o el Hospital Cira García— reservadas para la élite del Partido y para extranjeros con divisas.
Dos Cubas: una de cartón para la prensa extranjera, y otra real, donde la gente muere esperando un medicamento que solo se consigue “por la izquierda”.
La salud como cortina de humo
El mito de la potencia médica ha servido al castrismo para encubrir su fracaso estructural.
Cada vez que alguien denuncia la miseria o la represión, el régimen responde: “Pero tenemos salud gratuita”.
Esa frase, repetida hasta el cansancio, se ha convertido en un escudo ideológico.
Lo que el gobierno no dice es que la gratuidad no significa calidad.
El sistema sanitario cubano sobrevive gracias a la precariedad y al sacrificio del personal médico, no por la eficiencia del Estado.
Testimonios desde adentro
Médicos cubanos que han escapado del país cuentan otra historia:
guardias interminables, bajos salarios, censura y persecución si se quejan.
Muchos declaran que en los hospitales ya no se cura, se improvisa.
En 2023, una enfermera resumió la realidad en una frase:
“Aquí no salvamos vidas por la revolución, sino a pesar de ella.”
Conclusión: desmontar el mito, recuperar la verdad
El castrismo hizo del sistema de salud su vitrina propagandística más exitosa.
Pero como toda fachada, tarde o temprano se cae.
Hoy, los hospitales cubanos son reflejo fiel del país: vacíos de recursos, pero llenos de resistencia.
El verdadero heroísmo no está en el discurso oficial, sino en los médicos que siguen salvando vidas con lo poco que tienen, y en los que se atrevieron a denunciar la mentira.
La “potencia médica” fue siempre un espejismo.
Lo único verdaderamente potente en Cuba es el valor de quienes se niegan a mentir.
