Revolución o golpe de Estado: el verdadero origen del castrismo

HISTORIA PROHIBIDA

Durante más de seis décadas, el régimen cubano ha vendido al mundo la historia de una revolución heroica que liberó al pueblo del yugo de Batista.
Pero los hechos, los documentos y los testimonios revelan otra verdad: el 1 de enero de 1959 no nació la libertad, sino una nueva dictadura.

El castrismo se impuso no mediante la voluntad popular, sino a través del engaño, la traición y la manipulación política.
El mito de la revolución cubana es, en realidad, la mayor operación propagandística del siglo XX latinoamericano.

El contexto: un país imperfecto, no un infierno

En los años cincuenta, Cuba era un país con problemas —corrupción, desigualdad, clientelismo político—, pero también con una de las economías más sólidas de América Latina.
Tenía el salario más alto de la región, una clase media en expansión y una vida cultural vibrante.

El castrismo se apropió del malestar legítimo de la sociedad para prometer justicia, y terminó entregando represión y miseria.
No destruyó un infierno: desmanteló un país en camino al desarrollo.

La verdadera naturaleza del movimiento de Castro

Fidel Castro y su grupo no representaban a las masas obreras ni campesinas, como la propaganda posterior quiso hacer creer.
Eran una élite de jóvenes radicales y nacionalistas, que nunca escondieron su ambición de poder absoluto.

El Movimiento 26 de Julio no fue un movimiento popular, sino una organización armada con estructura militar y financiamiento externo.
Desde sus primeros pasos, Castro buscó una revolución personalista, sin democracia ni pluralidad, y lo logró.

El golpe dentro del golpe

Cuando Batista huyó el 1 de enero de 1959, el poder debía ser asumido por una Junta Cívico-Militar que organizaría elecciones libres, tal como estaba previsto en la Constitución de 1940.
Pero Castro, desde Santiago de Cuba, se negó a reconocer esa autoridad y ordenó la entrada de sus tropas en La Habana.

Lo que siguió fue un golpe interno, disfrazado de victoria popular.
Los militares y políticos moderados fueron desplazados, y en cuestión de semanas el poder quedó concentrado en manos del nuevo caudillo.

El sueño democrático de muchos cubanos se evaporó antes de comenzar.

La manipulación del relato revolucionario

Desde el primer día, el castrismo entendió que la historia era su arma más poderosa.
Controló los medios, reescribió los libros escolares y creó un relato donde él mismo aparecía como el redentor del pueblo.

La propaganda presentó a Fidel como el “libertador de Cuba” y a sus opositores como traidores o enemigos de la patria.
Así nació la mitología revolucionaria, una narrativa diseñada para durar generaciones y convertir la mentira en dogma.

En ese relato, la revolución no fue una toma de poder, sino un acto sagrado.
Y cuestionarla se volvió un pecado político.

Del mito al totalitarismo

En 1961, apenas dos años después del triunfo, Castro declaró el carácter socialista de la revolución y disolvió todos los partidos políticos, incluyendo los aliados.
En nombre del pueblo, eliminó el pluralismo, la propiedad privada, la prensa libre y la independencia judicial.

El castrismo se consolidó como un régimen totalitario de partido único, siguiendo el modelo soviético.
Las promesas de libertad se transformaron en vigilancia, censura y miedo.

La supuesta revolución del pueblo se convirtió en una dictadura contra el pueblo.

El costo histórico de una mentira

El mito de la revolución cubana ha sido una de las grandes distorsiones del siglo XX.
Gracias a su habilidad propagandística, el régimen logró presentarse como ejemplo de justicia social, mientras arruinaba una nación entera.

Los intelectuales extranjeros lo celebraron, los gobiernos lo toleraron, y el pueblo cubano lo pagó con prisiones, fusilamientos y exilio.
La historia oficial sigue repitiendo el cuento de la “liberación”, pero las calles vacías y los jóvenes emigrando cuentan otra verdad.

Conclusión: el día en que Cuba recupere su historia

La revolución cubana no fue el inicio de la libertad, sino el secuestro de la república.
Fue un golpe de Estado disfrazado de redención, un cambio de tiranos, no un cambio de sistema.

Recuperar la verdad histórica no es un ejercicio académico: es un acto de justicia.
Porque un pueblo solo puede liberarse cuando reconoce las mentiras que lo encadenan.

La verdadera revolución pendiente en Cuba no es política, sino moral e histórica: derrumbar el mito para recuperar la memoria.

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