El régimen cubano se presenta ante el mundo como un modelo de “resistencia” y “autosuficiencia socialista”.
Pero la realidad es mucho más cruda: Cuba sobrevive gracias al dinero que envían los que escaparon del sistema.
Las remesas, que deberían ser un lazo familiar, se han convertido en el pulmón financiero del castrismo.
Mientras el pueblo vive en escasez, el gobierno celebra la dependencia como si fuera un logro.
Las remesas: el salvavidas del régimen
Según estimaciones de economistas independientes, las remesas que entran en Cuba superan los 3.000 millones de dólares anuales, una cifra que el Estado intenta ocultar.
Ese dinero no entra libremente: pasa por los canales controlados por el gobierno, principalmente el Banco Central y las tiendas en Moneda Libremente Convertible (MLC).
Cada dólar enviado por un exiliado se convierte en una ganancia doble para el régimen:
- Alimenta el consumo interno sin necesidad de producción.
- Le proporciona divisas frescas para sostener su aparato burocrático y militar.
Mientras tanto, el cubano de a pie recibe moneda de mentira y precios de verdad.
Del exilio al sostenimiento del sistema
Las remesas, que nacieron como un acto de amor familiar, se han transformado en una política económica no declarada.
El Estado necesita que el exilio envíe dinero para compensar su fracaso productivo.
Y lo peor: ha aprendido a estimular la emigración para garantizar ese flujo constante.
Cada joven que se va es un trabajador menos que protesta, pero un remitente potencial de dólares.
Es un cálculo cínico: el régimen empuja a la gente al exilio y luego vive de su sacrificio.
Las MLC: una trampa disfrazada de modernidad
Con la creación de las tiendas en Moneda Libremente Convertible (MLC), el gobierno dio el golpe maestro.
Solo se puede comprar allí con divisas extranjeras —que los cubanos dentro del país no ganan—, lo que obliga a depender de las remesas.
En lugar de distribuir la riqueza, el Estado institucionalizó la desigualdad:
- Los que tienen familia en el exterior sobreviven.
- Los que no, se hunden en la pobreza.
Así, la economía se divide entre los “dolarizados” y los “olvidados”, mientras el discurso oficial repite la palabra “igualdad”.
La hipocresía del discurso revolucionario
Nada muestra mejor la contradicción del castrismo que su relación con el exilio.
Durante décadas, los llamó “traidores”, “gusanos” y “vendepatrias”.
Hoy, vive gracias a ellos.
Los mismos que fueron expulsados por pensar distinto sostienen, con su trabajo y esfuerzo en el extranjero, a las familias que el régimen mantiene dependientes.
El castrismo destruyó la economía nacional, pero privatizó el afecto y lo convirtió en negocio estatal.
El impacto social de la dependencia
Esta economía basada en remesas ha creado un círculo vicioso:
- La gente no trabaja por vocación, sino por sobrevivir.
- El Estado no produce, solo administra la miseria.
- Las familias viven fragmentadas entre dos mundos: el que envía y el que espera.
El resultado es un país que ya no produce ni sueños.
Solo importa recibir el próximo envío, como si la esperanza se midiera en transferencias internacionales.
Conclusión: independencia económica, deuda moral
Cuba no vive del trabajo ni de la producción.
Vive de su diáspora, del amor de los que se fueron y del silencio de los que quedaron.
El régimen convirtió el exilio en su modelo de negocio más rentable y cruel.
Cuando los cubanos en el exterior envían dinero, lo hacen por amor, no por lealtad al sistema.
Y ese amor —que el régimen parasita— es la prueba más contundente de que Cuba sobrevive a pesar del gobierno, no gracias a él.
